En un rancho perdido entre los cerros, vivía una vaca llamada Margarita. Era blanca con manchas negras, mirada perdida y siempre con una sonrisa boba en el hocico. Nadie sabía por qué, hasta que un día el granjero descubrió que su pasto favorito crecía justo detrás del invernadero... donde el primo del granjero cultivaba “hierbas experimentales”.
Desde entonces, Margarita pasaba las tardes mirando las nubes y diciendo que una parecía un ovni y otra un bistec flotante. Las demás vacas se burlaban hasta que un día, bajo una luna rosa, Margarita empezó a bailar al ritmo del viento. Las otras, curiosas, probaron el pasto “misterioso”. Al amanecer, todo el corral estaba moviendo la cabeza al compás de una música que nadie más podía oír.
          El granjero, confundido, solo dijo:
          —Bueno, por lo menos ya dan leche con buen humor.
        
 
  